Fútbol

¿A qué juega Colombia?

El fútbol no es una actividad intelectual porque se juega con los pies sin intervención del intelecto, decían algunos de mis profesores en la Facultad de Filosofía. Este recuerdo viene a mí con ocasión de este coloquio sobre el fútbol organizado por la Embajada de Francia.*

Ayer el embajador de Francia nos advertía que ese era un prejuicio contra el que tenía que enfrentarse el intelectual a quien le interesara el fútbol. En cuanto a mí, en efecto, ya en mis épocas de estudiante tuve que luchar en contra de tal prejuicio.

 

Tendría que decir hoy que mis profesores estaban desactualizados porque la filosofía del siglo XX, desarrollando ideas que ya se habían anunciado en el siglo XIX, había dejado atrás la antinomia entre materia y espíritu, o entre cuerpo y alma, o entre mundo físico y mundo de la mente.

 

Hoy sabemos que entre el cuerpo y el pensamiento hay una continuidad y que tanto el cuerpo influye sobre la mente como ésta, y de qué manera, influye y hasta puede llegar a determinar la salud del cuerpo y la muerte misma.

 

Le escuché decir cierta vez en Buenos Aires a Adolfo Pedernera, gloria y leyenda argentina del fútbol, integrante del Millonarios de comienzos de los años cincuenta, que él sabía, desde el mismo momento en que su pie tocaba el balón, si éste iría a tomar la dirección precisa y a adquirir la velocidad exacta que su pensamiento había decido segundos antes. Este es un ejemplo de sincronización entre pensamiento y músculo, en el cual se aprecia que el jugador de fútbol es un pensador.

Lo diré de una manera más general y enfática: Una acción que no esté precedida y orientada por el pensamiento es una acción automática que difícilmente se produce en el ser que denominamos hombre.

 

El futbolista es un deportista que en todo momento adopta decisiones orientadas por el pensamiento. Su problema consiste en que su pensamiento debe proceder a velocidades escalofriantes. A este respecto, Menotti dijo una vez, refiriéndose a la pretendida lentitud de Valderrama, que el “Pibe” era el jugador más veloz del mundo.

 

Cuando comentamos un partido no son acciones sin sentido el objeto de nuestros comentarios. Comentamos pensamientos que se observamos a partir de las acciones que se producen en el campo de juego.

 

Voy a criticar algunas ideas que sospecho presentes en las acciones de muchos de los seleccionados colombianos con muy pocas excepciones.

 

Las reflexiones que siguen pretenden ser una crítica a algunas ideas presentes en el estilo de fútbol que se practica en Colombia, en especial el que los seleccionados colombianos de mayores han exhibido durante muchos años en competencias internacionales.

 

El estilo particular al que me refiero me ha llevado a pensar que no es fútbol, propiamente hablando, lo que se juega en Colombia sino un deporte distinto, que si bien comparte con el fútbol algunas normas y algunos ritos, tiene sin embargo unas reglas específicas que marcan la diferencia.

 

Se generaría así un malentendido cada vez que nuestros equipos hacen su juego y los competidores –en enfrentamientos entre clubes o entre selecciones nacionales- juegan el suyo, con el resultado de que nuestros equipos salen perdedores, muy frecuentemente a falta de goles, a pesar de haber jugado “bien” durante el partido.

 

A este respecto cabe recordar la chocante expresión: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”, que yo escuché en labios de mis mayores.

 

Por un momento examinemos brevemente una situación de laboratorio.

 

A las reglas públicas y conocidas del fútbol, hagámosles dos modificaciones: 1) gana el equipo al que le anoten menos goles; y 2) en caso de empate, gana el equipo que haya hecho el mayor número de pases en el centro del campo.

 

Con la regla (1), la que le da el triunfo al equipo que anote menos goles, se estimula un juego defensivo en el que meter goles, y contar con delanteros efectivos que coloquen la pelota dentro de la red, ya no es una prioridad, como afortunadamente continua siendo en el fútbol.

 

Con la regla (2), la que estimula la generación de pases cortos en media cancha, se promociona el toque sin destino y la floritura, la elegancia sin contundencia, penetración ni destino.

 

Los jugadores estarían obligados, como en el fútbol, a dominar técnicamente el balón, pero ya la velocidad no sería indispensable, ni tendrían que tener el ataque y el arco contrario en la cabeza porque cobraría importancia definitiva en este nuevo juego, la circulación de la pelota en el medio campo y, sobre todo, impedir que el oponente haga goles.

 

No dudo que en un deporte constituido de esta manera el estilo de jugar al fútbol de Colombia quedaría en ventaja. Muchas veces nos hemos vanagloriado porque nuestras porterías se han mantenido en “ceros”, y muchas veces hemos aliviado la tristeza por la derrota con el argumento de que nuestros jugadores no fueron goleados y perdieron por apenas un gol.

 

Pero, no es apresurado concluir que nadie en Colombia estaría dispuesto a crear este nuevo juego con el par de reglas que he expuesto.

 

La situación de laboratorio sirve exclusivamente a los efectos de visualizar que en la cancha cuando nuestros equipos juegan lo que de buena fe consideran fútbol, los jugadores tienen efectivamente en la cabeza unas ideas que los hacen practicar este deporte en un sentido distinto al sentido con que lo juegan quienes mejor se destacan en el fútbol a escala internacional.

 

Esas ideas en la cabeza de los jugadores los hacen entrar en desventaja a la hora de competir.

 

Muchos jugadores colombianos, sin embargo, son reconocidos mundialmente por su buen nivel técnico.

 

No se trata entonces de un defecto técnico que podrían tener los jugadores colombianos ni una dificultad física de los mismos. No, por el contrario, nuestros jugadores se desempeñan con éxito en los más variados equipos profesionales del mundo.

 

La situación a la que me refiero se presenta cuando se reúnen a defender nuestra camiseta.

 

Esas ideas en la cabeza de nuestros jugadores son ideas de nosotros, los colombianos, que afortunadamente comienzan a desaparecer de las mentes de algunos deportistas que compiten a nivel individual.

 

En otras actividades se dan con frecuencia inhibiciones de la misma clase, que producen expresiones al estilo de “no vamos a poder”, “eso no es para nosotros”, “los oponentes son mejores”, etc. El mundo de las excusas que en Bogotá comienzan con la conocida expresión “que pena con Ud., pero…”

 

Como sociedad estamos en deuda con nosotros mismos en un sin número de actividades y nos falta concluir la construcción misma de nuestra nacionalidad.

 

Siempre nos falta algo, cinco centavos para el peso. Siempre quedamos atrás de la excelencia. Contamos con todo para lograr nuestros objetivos pero siempre en el fútbol hay un pero. Siempre una excusa. Siempre una idea que se nos atraviesa para impedirnos concretar, para no dejarnos concluir; para mantenernos lejos del gol.

 

Lo típico de esto es que no somos conscientes o, por lo menos, no por completo, de que nos gobiernan esas ideas en momentos definitivos o cruciales.

 

El fútbol constituye en estas condiciones apenas una más de nuestras frustraciones como sociedad.

 

Pienso que es posible contradecir y superar dichas ideas en todos los niveles de nuestra vida social.

 

En lo que respecta a lo que hoy nos congrega aquí, al fútbol, considero que es tarea de la formación y entrenamiento de nuestros futbolistas transformar esas excusas en ideas ganadoras que los impulsen decididamente al éxito.

 

Hay que comenzar por hacer conscientes las absurdas reglas tácitas de nuestro fútbol y desterrarlas para siempre del pensamiento de nuestros jugadores.

 

Hay que discutir y criticar hasta el cansancio las ideas arraigadas en los futbolistas según las cuales la “pelota no quiso entrar”, como tantas veces se le escucha decir a nuestros jugadores.

 

Los balones no piensan. No tienen voluntad. Carecen de caprichos y de preferencias, no son hinchas.

 

Tampoco nuestros adversarios tienen la capacidad de hacer el arco más chico. Las porterías mantienen en todas partes las mismas dimensiones desde hace muchísimo tiempo.

 

Si no hacemos goles es porque no le pegamos bien a la pelota. Si seguimos pensando que es la pelota la que piensa o que los arcos se achican cuando jugamos nosotros, seguiremos sin hacer un fútbol efectivo y ganador.

 

Si la pelota terminó en la tribuna fue porque nuestro pensamiento no consciente así lo quiso. Si perdimos el partido fue porque en medio del juego, así haya sido en forma inconsciente, nos ganó la idea que no superamos según la cual nosotros no somos capaces y nuestros adversarios son superiores.

 

Hagámonos responsables por nuestras acciones. Descubramos las ideas que al escondido nos llevan al fracaso. Transformemos nuestro pensamiento y recuperemos nuestro poder. Hagamos goles.

 

 

* El Coloquio sobre Fútbol se llevó a cabo en la Universidad de Santo Tomás en el mes de agosto de 2011.

 

Guillermo Mina
Profesor de filosofía, coach, escritor y editor, nací en Bogotá, Colombia, donde resido en la actualidad. He vivido en Lovaina, Bélgica, ciudad donde realicé estudios de postgrado y en Buenos Aires donde residí durante quince años. He sido profesor en diversas universidades de Colombia y de la Argentina y en el Colegio Nueva Granada de Bogotá. He trabajado como ejecutivo en empresas. En los últimos años he descubierto en el coaching la manera utilizar la filosofía, junto con variadas técnicas, en el apoyo a la transformación de individuos y de grupos. Asesoro empresas por medio de talleres y de coachig individual. Mi más reciente creación: El Taller del Perdón .

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